La rutina cada dos domingos era la misma.
Mis abuelos maternos vivían en el conocido barrio del 25 de Septiembre de mi ciudad natal, Rubí. Al lado del campo de fútbol del equipo del barrio, el CF Juventud 25 de Septiembre, el venti.
Mi abuela me esperaba con su plato de patatas fritas para comer pero antes, el venti. Partido matinal del primer equipo a las 12 horas. Patadas y más patadas. Algún gol. Descanso y comprar el número de la rifa. Aún más patadas. Heridas en las piernas que rozan con la gravilla del campo de tierra. A lo mejor cae algún otro gol. Pitido final. Ahora sí, a por esas patatas fritas.
En algún momento de mi juventud, incorporé a esa rutina dominical matutina los partidos de la UE Rubí, el equipo de la ciudad. También a las 12 horas. Probablemente estaría en la 3a División grupo V, que es donde fue un asiduo durante varias temporadas, en aquella época.
Creo que la entrada me costaba 500 pesetas cada partido. Era tan barata, que no me planteé nunca el carnet de socio.
Hasta que llegó aquella temporada del 1993. Acabar en posiciones de play-off del grupo V, jugarlos, ganarlos y conseguir algo grandioso en la historia del club y la ciudad, jugar en la 2a División B. Histórico.
No me perdí ni un solo partido y alguno de Copa del Rey fui fuera. Aquella temporada el equipo quedó eliminado de la Copa del Rey por un Mérida que a la siguiente temporada subiría a 1a División. Recibir a un equipo así fue algo mágico.
Hace unos días un tuit apareció en mi TL de Twitter de un ex-jugador del UE Rubí. Recordando su paso por el equipo. Su tuit me hizo recordar esa época en mi memoria. Mi cerebro abrió el baúl de los recuerdos, le sacó polvo y me lo proyectó en primera línea. Una época olvidada para mí.
Y recordé que nunca he disfrutado, como seguidor, tanto con el fútbol como aquella época de equipos en campos de tierra.
El venti, la UE Rubí y las patatas fritas dominicales de mi abuela materna.
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